
Rafa Peiró
Consultor y Formador. Diplomado Profesional en Mindfulness. Director de "Talentos en Equipo". Autor de los libros "Inteligencia Temperamental" y "Reflexionar es Avanzar". Mentor Acreditado por amces (Asociación Española de Mentoring y Coaching).
«La baja autoestima es directamente proporcional al tiempo que te pasas intentando demostrar lo que vales».
Esta afirmación nos invita a reflexionar sobre la constante necesidad de validación externa, una búsqueda que, en realidad, puede minar nuestro bienestar emocional. Cuando nos esforzamos por impresionar a los demás, ya sea en el entorno laboral o en la vida personal, terminamos generando una desconexión entre lo que mostramos y lo que realmente sentimos.
El error de querer impresionar
Imagina que, al iniciar una relación, te esfuerzas por convencer a los padres de tu pareja y a ella misma de que eres la opción perfecta. Te muestras siempre amable, exageras tus logros y tratas de adaptarte a sus expectativas. Esta actitud, aunque bien intencionada, puede parecer forzada y poco genuina. Con el tiempo, mantener esa imagen impecable se vuelve insostenible y puede generar desconfianza, no se puede mantener eternamente la discrepancia entre tu apariencia y tu interior.
El peligro en el ámbito laboral
En el trabajo, el esfuerzo por destacar ante jefes y compañeros puede resultar contraproducente. Si te esfuerzas en demostrar que eres el empleado perfecto, llegarás a generar envidias y rivalidades. Por ejemplo, supón que en cada reunión tratas de recalcar tus logros y asumir responsabilidades adicionales para ganarte el favor de tu jefe. Esto no solo te agota, sino que también despierta el temor en tus compañeros de que puedas desplazar sus oportunidades. La constante necesidad de demostrar tu valía puede volverse en tu contra e interpretarse como una inseguridad y, a la larga, en vez de fortalecer tu posición, colocarte en una situación vulnerable.

El peaje emocional de actitudes que se alejan de tu esencia
Cuando existe una gran diferencia entre la imagen que proyectas para impresionar y lo que realmente sientes en tu interior, se genera una disonancia cognitiva que afecta profundamente a tu bienestar. Imagina el conflicto interno que se produce al tener que autojustificarte constantemente en relación a tus comportamientos para paliar esa brecha entre el yo público y el yo verdadero. Esa búsqueda interminable de excusas crea emociones desagradables: ansiedad, culpa y agotamiento. Te ves atrapado en una lucha interna donde cada mentira o exageración se convierte en una carga que socava tu autoestima y disminuye tu motivación.
Por ejemplo, un empleado que siempre actúa como si tuviera todo bajo control ante sus jefes y compañeros, mientras internamente se siente inseguro y estresado, experimenta un desgaste emocional continuo. Esa presión constante para mantener una fachada le impide mostrarse auténtico, y con el tiempo, la acumulación de estas tensiones puede afectar a su rendimiento, a sus relaciones interpersonales e incluso a su salud.

«Lo que vales no se demuestra, simplemente se pone en práctica».