¡Tengamos la fiesta en paz! (y la convivencia también).

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Rafa Peiró

Consultor y Mentor. Diplomado Profesional en Mindfulness. Director de "Talentos en Equipo". Autor de los libros "Inteligencia Temperamental" y "Reflexionar es Avanzar".

¿Por qué  nos cuesta tanto llevarnos bien de forma sistemática y sostenible?

Voy a comenzar recordándote que los humanos somos animales mamíferos, que compartimos con otros seres vivos unos procesos emocionales que tienen abundantes cosas en común. Una de las causas que marca la diferencia a nuestro favor, es el desarrollo de nuestra corteza prefrontal, en donde se producen cientos de “billones” de conexiones a una velocidad vertiginosa.

Otra particularidad humana es que tenemos la capacidad de verbalizar todo ese tsunami continuo de emociones por medio de sonidos, que hemos ido organizando y perfeccionado hasta niveles muy complejos, intentando crear un puente infinito de entendimientos comunes. Esto es algo que algunas especies también dominan bastante bien desde sus recursos, lo que ocurre es que los humanos hemos adquirido, gracias a nuestras especiales características cerebrales, la singularidad de hacerlo mediante palabras, que han ido evolucionando y perfeccionándose de forma continuada.

La gran asignatura pendiente de la especie humana es coordinar las emociones con las palabras, nos cuesta enormemente lograr que lo que decimos por medio de nuestro mensaje verbal se ajuste al guion de lo que sentimos. Esto no ocurre con gran parte de nuestro mensaje no verbal, que se coordina de forma más directa e inconsciente con nuestras emociones, saltándose muchos de los filtros desordenados e inconexos  que la corteza prefrontal aplica a las palabras.

El lenguaje hablado es muchas veces la «puesta en escena» de interpretaciones del pensamiento, usando a menudo un metodo tan antiguo como nuestra presencia en el planeta, el de «acierto/error», que podría sernos bastante útil si no tuvieramos la  mala costumbre de olvidarnos demasiado a menudo de los resultados que obtenemos con ello. Por lo que volvemos a repetir escenarios donde se alejan entendimientos  y se multiplican  malentendidos y enfrentamientos. 

Es sorprendente que con la gran cantidad de recursos que tiene nuestro cerebro para desenvolverse, actúe una y otra vez con tanta torpeza a la hora de interpretar las emociones, tanto propias como ajenas. 

Ya te habrás dado cuenta, por tu propia experiencia, que cruzar de forma tranquila y equilibrada el «puente de la comunicación plena», no es sencillo.

  1. El instinto de supervivencia: el motor oculto de nuestras relaciones.

Desde tiempos ancestrales, nuestra prioridad ha sido sobrevivir. Este instinto primario nos lleva a evaluar constantemente nuestro entorno y a las personas que nos rodean. Una de las estrategias que empleamos inconscientemente, en escasos segundos, es compararnos con los demás para determinar si somos inferiores, iguales o superiores. Esta comparación, aunque natural, puede convertirse en un obstáculo cuando domina nuestras interacciones y se convierte en un comportamiento obsesivo que predomina por encima de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

Cuando nos sentimos inferiores, tendemos a replegarnos, evitar conflictos o incluso a comportarnos con sumisión. Por el contrario, si nos percibimos superiores, podemos caer en actitudes dominantes o arrogantes. En ambos casos, el resultado es el mismo: una enorme y muchas veces invisible barrera para que fluya la comunicación auténtica y el respeto mutuo.

Hay que reconocer estos mecanismos de forma bidireccional, para ponernos a trabajar en frenar esos juicios automáticos con el fin de establecer una conexión más equilibrada. Hemos de aprender a darnos cuenta de que nuestras diferencias muchas veces pueden ser fuente de riqueza, no peligros inminentes ni terribles amenazas. Para ello, hay que aprender a trazar «rayas rojas» que erradiquen interacciones que están contaminadas de miedos, envidias, actitudes narcisistas y abuso de poder.

  1. Las emociones no gestionadas: el ruido en nuestras palabras.

Las emociones son una brújula interna que guía nuestras interacciones. Sin embargo, cuando no sabemos gestionarlas, pueden convertirse en obstáculos para una comunicación respetuosa y empática. La ira, la inseguridad o la tristeza mal canalizadas se entremezclan en nuestras palabras y gestos, generando malentendidos y conflictos.

A menudo, nuestras emociones intensas no tienen tanto que ver con la situación que está pasando, sino con heridas pasadas que arrastramos y rencores que acumulamos, distorsionando nuestras percepciones y reacciones hacia los demás. Por ejemplo, una crítica puede sentirse como un ataque personal, cuando en realidad es solo un comentario desde una forma de ver la vida diferente a la nuestra. Cierto es que, muchas veces, las personas que hacen la crítica no ayudan si interpretan esas diferencias como debilidades que hemos de corregir, no dándose cuenta de que en realidad forman parte de nuestras fortalezas que, por ser muy diferentes a las suyas, no son capaces de detectarlas como tales. 

Uno de los recursos clave para superar estos obstáculos de comunicación, convivencia y cooperación desde el respeto, está en desarrollar la inteligencia temperamental, aprendiendo a identificar nuestra genuina forma de ver la vida, siendo conscientes de con que fuerza, a que velocidad y con que profundidad, la interpretamos y sentimos.

Hemos de entrenar mucho en aprender a reflexionar antes de reaccionar; hemos de entrenar también en comunicar nuestras emociones de forma sincera y a la vez respetuosa. Cuando logramos esto, transformamos las posibles  interferencias de nuestras palabras en un mensaje claro; que fomenta relaciones sanas y equilibradas.

  1. El desconocimiento del temperamento: una pieza clave del rompecabezas.

Cada persona tiene un temperamento único, una forma innata de comportarse. Sin embargo, muchas veces ignoramos esta diversidad y esperamos que los demás reaccionen o se comuniquen como nosotros lo haríamos. Esta falta de “visión empática” genera frustración y choques innecesarios.

El temperamento es como un mapa que explica entre muchas otras cosas, por qué algunas personas son más impulsivas, otras más reflexivas; unas se inclinan por lo emocional y otras por lo lógico. Al aprender a identificar y equilibrar estas diferencias, podemos establecer lazos más armónicos y satisfactorios.

Conocer el temperamento de los demás no solo mejora la comunicación, sino que también fomenta el respeto a la diversidad. Entendamos que no se trata de «cambiar» a nadie, sino de encontrar puntos de encuentro y formas de colaborar desde nuestras diferencias.

Construyendo un puente hacia mejores relaciones.

Las dificultades para comunicarnos y por ende, relacionarnos, afortunadamente no son insuperables. Al tomar conciencia de nuestros instintos, gestionar nuestras emociones y respetar la diversidad de temperamentos, estamos activando y abriendo grandes caminos para  desarrollar y fortalecer el buen trato.

Te invito a identificar tus grados habituales de observación, reflexión, escucha y diálogo, a que practiques en mejorarlos cada día. No pongas techo a ello, ya que incorporarlos como hábitos es uno de los mejores regalos que puedes hacerle a tu existencia. Buscar medios y aprendizajes para reajustar los umbrales deficientes, adquiriendo nuevas habilidades relacionales, nos ayudarán a crecer como personas.

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